La Gran Revolución Cultural Proletaria: bombardeando el cuartel general del feminismo

"La cuestión de la mujer se recubre a menudo con un velo de sentimentalismo, y la gente se desvía del punto de vista de clase facilitando la difusión del pensamiento burgués. Por este motivo tienen tanta importancia la visión materialista de la historia y el método de análisis de clase en este campo para entender y abordar el problema, de gran trascendencia en nuestras tareas socialistas y comunistas."

Wan Mu-chun

"Ellas son, y nos atrevemos a decir que incluso más que sus camaradas varones, justamente por la forma de arrostrar esa carga opresiva añadida que soportan, simiente revolucionaria de universalidad."

Línea Proletaria

"Ir contra la corriente es un principio del marxismo-leninismo"

Mao Tse-Tung

Un cuento tradicional chino narra cómo un vendedor ambulante se jactaba de tener las mejores lanzas del mercado, que todo lo atravesaban. Lo pregonaba a viva voz y atraía a la gente. Al cabo de un rato, cambiaba de tercio: sus escudos eran los más resistentes que se podían comprar en toda China, inexpugnables como una fortaleza. En una de esas ocasiones, a un viandante se le ocurrió preguntarle: “¿y qué pasaría si cogiese sus lanzas para atacar a sus escudos?” El mercachifle charlatán se quedó mudo. La moraleja del cuento era sencilla: “no se puede servir a dos amos a la vez”.[1]

Si el lector ha estado atento a las publicaciones recientes de nuestro movimiento, probablemente esta última cita le recuerde a aquel versículo del Evangelio con el que abríamos el trabajo Oportunismo y feminismo.[2] Quizás la frase de marras ya ha cogido, desde entonces, ese aire de consigna de combate que ayuda a sentar el tono, que enardece a amigos y enemigos y los hace colocarse, instintivamente, en posición de pelea. Quizás el lector espabilado pueda ir anticipándose: ¡ah, entonces esto va de comunismo y feminismo! Pues… ¡Bingo! Como se apunta brevemente en Ellas quieren la libertad y el comunismo,[3] artículo central de este número, es con la Gran Revolución Cultural Proletaria que el proletariado revolucionario, representado en el ala izquierda del Partido Comunista de China (PCC), holla el terreno en el que se plantea este combate de cara al Segundo Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial. Si se nos permite, vamos a lanzar otro spoiler: la derecha del PCC fue pionera en la formulación, desarrollo y ultimación consecuente de una genuina línea reaccionaria feminista, madura y completa. Vamos a profundizar exactamente en eso: a un extremo del cuadrilátero tenemos a nuestra lanza que pretende atravesar todos los escudos; al otro, a ese escudo que se jacta de poder resistir la embestida de todas las lanzas.

Cosa curiosa, los ideogramas con los que el idioma chino representa las palabras “lanza” y “escudo” son exactamente los mismos con los que representa uno de los conceptos centrales de la dialéctica: contradicción.[4] La etimología popular china sitúa el origen del término en el cuento de aquel comerciante abochornado por el hombre del común. De hecho, un famoso escrito sobre el tema lleva, literalmente, ese nombre: Tratado sobre la lanza y el escudo, que suele ser traducido bajo el más prosaico título de Sobre la contradicción.[5] En él se afirma:

“En ciertos momentos de la lucha revolucionaria, las dificultades prevalecen sobre las condiciones favorables y constituyen, entonces, el aspecto principal de la contradicción, mientras las condiciones favorables constituyen el aspecto secundario. Sin embargo, los revolucionarios pueden, mediante sus esfuerzos, superar gradualmente las dificultades y crear una situación nueva, favorable.”[6]

Es extremadamente aleccionador que un texto que aborda la categoría básica de la dialéctica señale, simultáneamente, el aspecto subjetivo y creativo como posible elemento constitutivo de su movimiento. Señalando que ese sujeto son los mismos revolucionarios, este párrafo ya nos pone sobre la pista de que no se trata de un devenir impersonal, sino que hay margen para aferrar, conducir y, en última instancia, transformar. Por decirlo de forma más poética: nada es imposible para quien se atreve a escalar las alturas. Es cierto que, en origen, aquellos ideogramas chinos de la lanza y el escudo evocaban una contradicción insoluble, una especie de agujero en el cubo que no llevaba a resultado alguno. Era coherente con el medio ambiente inmovilista en el que probablemente surgió el relato. La inconclusión de la tragedia de la sociedad de clases ─en un alto tras el cierre del Ciclo de Octubre (1917-1989)─ pudiera hacer parecer que, en efecto, tal solución no existe. Pero, muy al contrario, intentaremos mostrar cómo desarrollando esa contradicción entre el comunismo y el feminismo, verdaderamente antagónica, el proletariado chino nos ha puesto hoy en condiciones de, finalmente, subvertirla empuñando la lanza y rompiendo la resistencia de ese condenado escudo. Vamos con ello.

I. ¿Era la China Popular tan exótica?

Cuando la Revolución Cultural, se produjo un fenómeno inesperado: China fue invadida. En esta ocasión, no por los británicos, ni por los japoneses, sino por viajeros curiosos. Un coetáneo comentaba en tono jocoso que muchos de ellos regresaban con un best-seller bajo el brazo y, otros, con la “revelación” de que los chinos ni siquiera eran amarillos.[7] Entre estos turistas, simpáticos y en ocasiones simpatizantes, se encontraba una francesa, Claudie Broyelle. Educada ideológica y políticamente en los grupitos feministas de París, escribió un libro en el que recogía sus impresiones del viaje. Esa obra, La mitad del cielo, no revelaba que los chinos no eran amarillos, pero sí algo que en otros tiempos pasaría por una obviedad semejante: si las proletarias y campesinas chinas se estaban emancipando, ello se debía a que eran comunistas.

A la mujer se le pasaría rápidamente la tontería revolucionaria; ella y su marido escribirían poco después un panfletillo involuntariamente humorístico titulado Apocalypse Mao (sí…). Broyelle era, a fin de cuentas, una joven feminista de la Francia post-gaullista. Había vivido el Mayo del 68 y, como era habitual en Europa, China pasaba por ser una tierra romántica y misteriosa, donde la juventud contestataria acomodada, y a menudo aburrida, podía proyectar sus propias expectativas y frustraciones (y las anteojeras moradas son evidentes en el librito). Puede ser que esta fascinación por el exotismo oriental de los experimentos comunistas le impidiese ver que, a su vez, había cosas en la China de la época que por fuerza tenían que resultarle conocidas. Quizás la pista nos la dé la propia obra. ¿A nadie que la haya leído le ha llamado la atención el curioso título del prefacio? De la crítica de la femineidad a la crítica de la sociedad. ¡Caray, suena raro! Sigamos hurgando: la autora es Han Suyin, una escritora nacionalista de formación liberal. Era una mujer que había recorrido mundo, como se nota en el tono diplomático para con los feminismos de allende el mar,[8] y que consideraba como algo potencialmente escandalizador que hombres y mujeres participasen por igual en los trabajos domésticos pero, a la vez, que “la tendencia a plantearlo en términos de ‘familia’ probablemente vuelve el asunto difícil de asimilar”.[9]

Vamos a ser francos: a marxista, lo que se dice marxista, no suena. La mitad del cielo ilustra cómo, a pie de calle, hombres y mujeres se repartían el trabajo en las fábricas y en las aldeas. Pero, justamente por ese punto de vista circunscrito a la vida doméstica y productiva, no hay en el libro (y tampoco lo pretende) un cuadro siquiera parcial de las luchas de clases que se desarrollaban en la República Popular China. Si lo hubiese, se haría evidente que las posiciones que defendía la derecha del PCC en el frente de la mujer ─posiciones a las que se adhería Han Suyin─ eran pasmosamente similares, política e ideológicamente, a las de aquel mismo feminismo que Broyelle había mamado en Europa. ¿Sería que, después de todo, China no era tan exótica? Invirtamos la pregunta: ¿sería que, después de todo, el feminismo que (re)surge en el mundo occidental en las décadas de los 60 y los 70 no era tan novedoso?

No vamos a demorarnos aquí en la larga historia de China. Sí, no obstante, podemos y debemos apuntar que el exotismo es una categoría que pierde su razón de ser a medida que el capitalismo va acercando todos los rincones del planeta, como evidencia la temprana penetración del sufragismo en el tigre durmiente, anterior incluso a la revolución de 1911.[10] En 1934, el Kuomintang (KMT), que reunía a las feministas del país en sus filas, montaba el Movimiento Nueva Vida en torno a la figura de Soong Meiling, con el objetivo explícito de sustraer a las mujeres de la revolución y organizarlas en torno a la reforma de la ley feudal y de las costumbres.[11] Y esto tampoco era exótico ni ajeno a la civilizada Europa: en los años 20 y 30, feministas y partidos reaccionarios y fascistas de todo el mundo se fundían en un tierno abrazo anticomunista.[12] Lo que sí diferencia al caso chino de los países europeos es que, mientras en Inglaterra o Alemania las feministas se incorporaban a la defensa chovinista de un Estado imperialista ya asentado, en la China de los 30 ni siquiera existía un Estado nacional. Ello proporcionaría al feminismo chino una amplia experiencia de ensayos de edificación estatal, legislación y de encauzamiento de los movimientos de masas nada desdeñable,[13] ejercitados precisamente en las zonas controladas por el KMT y, muy especialmente, en las ciudades.

Eso era, en efecto, bastante exótico. Pero, en contraste, las posiciones de principio del PCC eran (o deberían ser para el lector) absolutamente familiares. Ya la resolución del VII Congreso del Partido (1928) sobre el tema incidía en que las mujeres comunistas se organizan en el movimiento femenino proletario, y de ningún modo en un “movimiento feminista de mujeres” divorciado de la revolución.[14] A su vez, la definitiva constitución del PCC a través de las bases de apoyo campesinas lo dotaba de la independencia política necesaria para maniobrar y dirigirse, con éxito, a las masas de mujeres oprimidas, organizándolas exitosamente en el movimiento revolucionario, en los soviets[15] y en el Ejército.[16] Por descontado, es proverbial la entrega y heroísmo de las mujeres de vanguardia, como Kang Ke-qing o Liu Ju-lan, en el período de las guerras civiles y en la resistencia anti-japonesa. Y habida cuenta de este factor, el PCC podía concretar el programa de Nueva Democracia para el frente de la mujer e imponérselo a la burguesía nacional. Ya en Kiangsí decía Mao que:

“la desaparición del ‘sistema de matrimonio feudal’ dependía de un programa más amplio para instituir un nuevo sistema económico, político y social. Sólo cuando, tras el derrocamiento de la dictadura de los terratenientes y los capitalistas, las masas trabajadoras de hombres y mujeres ─y en particular las mujeres─ hayan adquirido libertad política en primer lugar, y libertad económica en el segundo, puede la libertad de matrimonio obtener su garantía definitiva.”[17]

Esta jerarquía de tareas (“libertad política en primer lugar”, “libertad económica en el segundo”) sitúa correctamente la política como el flanco por el cual el sujeto puede desplegar de forma efectiva su lucha de clases, y la aniquilación de la dictadura de las clases poseedoras como la premisa para la transformación integral de la sociedad (incluido el barrido de las viejas instituciones y costumbres feudales). Su potencialidad la testimonia el explosivo crecimiento del Partido en los años inmediatamente posteriores, mientras se iba apropiando para sí el papel de genuino movimiento revolucionario nacional.[18] Este proceso vino a sentirse también en el frente de la mujer. En 1937, la proporción de mujeres en el PCC era de un 2%; en 1946, se situaba entre un cuarto y un tercio de sus miembros.[19] Si bien este fenómeno de engrosamiento sin la debida sedimentación nunca dejó de preocupar al Partido, que intentó digerirlo con campañas de educación ideológica (véase el período de Yenán),[20] no es menos cierto que ejemplificaba su definitivo aterrizaje en las circunstancias históricas concretas de China (Revolución de Nueva Democracia). Poco antes de tomar el poder, y a fin de poder domeñar ese inmenso crecimiento apoyándose en su prestigio como el partido de la revolución nacional, el PCC refundirá las asociaciones femeninas previas (incluidas aquellas bajo control comunista) en la Federación Democrática de Mujeres de toda China (en adelante, FMC),[21] que agrupará, en ese momento, a nada menos que a 76 millones de mujeres.[22] Asegurándose así su dirección política y, de forma no menos importante, poniendo un pie en las ciudades, el Partido se hace, de golpe, con el capital político y organizativo de las antiguas organizaciones de mujeres.

Pero esto, a su vez, no hace más que evidenciar la debilidad del PCC en las ciudades y, también, de una experiencia sustantiva en la edificación estatal al uso. Efectivamente, con la renuncia a la Guerra Popular como base de la construcción socialista, el centro neurálgico de la República Popular se desplazará hacia los centros urbanos, copados por los cuadros del KMT con experiencia en estas lides.[23] Sintomáticamente, para la elaboración de la Ley de Matrimonio de 1950 se partió tanto de la teoría marxista y la práctica soviética en ese aspecto como de la experiencia de legislación antifeudal del KMT.[24]

A su vez, es notoria la falta de penetración ideológica del marxismo en el grueso de la FMC y su órgano de expresión, Zhongguo Funu (Mujeres de China). Las propias organizadoras y colaboradoras nos dan pistas sobre qué temáticas se debatían en las reuniones del organismo en los años 50, ya establecida la República Popular: “discutimos si mujeres y hombres son iguales o no”, “¿Deben trabajar las amas de casa? ¿Deberían las mujeres educadas quedarse en casa y cuidar de sus hijos?” “¿Deberían las mujeres realizar trabajos ‘masculinos’?”[25] Si el marxismo, desde su mismo origen un siglo antes, partía de la igualdad entre ambos sexos y del papel progresivo de la participación de la mujer en el trabajo social como premisa para la emancipación, las responsables de la FMC retroceden, siendo generosos, a la crítica de la desigualdad propia de los reformadores burgueses occidentales del siglo XIX. Bajo este tamiz ideológico, el programa de incorporar a la mujer a la producción y a la vida política, formalmente enarbolado por la FMC, tendía a situar el problema como una cuestión de oportunidades para las mujeres,[26] generosamente garantizadas por el Estado ─en este caso, el aparato burocrático tomado por el PCC. De ahí el descarnado fetichismo de la FMC hacia la Ley de Matrimonio[27] y hacia la promoción de mujeres a puestos en las instituciones del Estado. Por esa época decía una representante de la FMC: “no será hasta que [la mujer] vea su nombre en una lista electoral que se dará cuenta no sólo de que tiene un nuevo puesto público en la sociedad, sino también una responsabilidad para ayudar a construir una nueva sociedad”.[28] Incluso ya entonces empieza a asomar un indisimulado esencialismo feminista entre los escalafones más bajos de la FMC. Dice otra delegada: “Una de las razones por las que el Partido quiere mujeres en los puestos de liderazgo es porque nosotras entendemos los problemas de las mujeres y los hombres no.”[29] En suma: la falta de representación de las mujeres en el aparato se llega a situar, ya en esta época, como la causa de fondo de su marginación.[30]

Esta última formulación, para nada exótica y que podría ser firmada por una Kate Millett cualquiera,[31] nos pone sobre la pista de que, por ejemplo, las complicadas relaciones entre la reforma del matrimonio y la reforma agraria[32] se debían más al doctrinarismo burgués de la FMC que a una genuina deficiencia de ese programa más amplio para instituir un nuevo sistema económico, político y social. La reforma agraria, por sí sola, garantizaba que la mujer pudiese tener sus tierras aparte,[33] lo que beneficiaba especialmente a las casadas y, también, a las campesinas viudas, vagabundas, prostitutas y proletarias rurales en general, que, cosa notable, fueron las primeras en sumarse en masa a la campaña.[34] Más todavía, la reforma matrimonial se cumplió inmediatamente después de la reforma agraria, en 1953, y, contraviniendo las hinchadas expectativas de las dirigentes de la FMC, no condujo a una transformación fundamental del campesinado ni de las relaciones familiares.[35] De hecho, los avances en este sentido se debieron a la brisa oriental en este período: la campaña de Marea Alta de Socialismo, propuesta por Mao y que rompía tanto con los presupuestos soviéticos de que la mecanización debía preceder a la colectivización como con la mayoría de dirigentes del PCC, cómodos con un ritmo pausado. Se forman cooperativas, rápidamente colectivizadas en Unidades Avanzadas de Producción: en mayo de 1956, el 91% de las haciendas campesinas estaban organizadas en cooperativas, y el 61’8% en las Unidades Avanzadas.[36] Para 1957, la colectivización se había completado, y conllevó un incremento de la participación de las campesinas en la producción agrícola. Cuadros especiales del Partido combatieron, con éxito, la resistencia de los campesinos a la entrada de las mujeres a la producción organizando brigadas femeninas de trabajo. A su vez, las cooperativas eximían del trabajo a las mujeres menstruantes, embarazadas y lactantes.[37] Y, lo que es más importante, supuso un vigoroso acicate para lanzar, al año siguiente, el Gran Salto Adelante.

Vamos a enfrentarnos ahora a una aparente paradoja. Una que, después de lo dicho, puede pasar también por uno de esos exotismos. La FMC sale de nuevo a escena: Deng Yingzhao, una de sus vicepresidentas, señala en 1956 que, aunque hubo cambios sin precedentes en la vida de las mujeres, también “quedaba mucho por hacer antes de que la emancipación de la mujer pudiera completarse”: superar las “limitaciones materiales” para que las mujeres en su conjunto pudiesen incorporarse a la producción, conseguir independencia económica y acceder a los puestos de responsabilidad del Estado.[38] ¡Anda! ¿Pero no suena eso muy parecido al programa marxista para liberar a la mujer? ¿Defendido por esa misma FMC que ustedes, señores de Línea Proletaria, decían que estaba presa de doctrinarismo burgués? Pues… sí y no. Si se nos permite ser marxistas, juzguemos a las clases no por lo que dicen de sí mismas, sino por lo que son y lo que hacen.

II. El Gran Salto Adelante junta a “extraños” compañeros de cama

Como es sabido,[39] los revolucionarios chinos no se deshacen completamente de las concepciones economicistas kautskianas, entre ellas la idea de un modo de producción socialista específico entre el capitalismo y el comunismo y la nefasta identificación de propiedad estatal y propiedad socializada. Los años de 1949-1956 son, en general, años de vientos occidentales. Con la adopción del Plan Quinquenal de industrialización acelerada, al estilo soviético, y con la conclusión de la colectivización en 1957 (y del breve susto del acelerón), la derecha del PCC podía dar por resuelta la cuestión de la mujer. Dice Zhang Yun, miembro de esta facción:

“La desigualdad entre hombres y mujeres es el problema de la sociedad de clases. Algunos fenómenos en la sociedad socialista deben ser resueltos gradualmente, y existen por los errores individuales, o problemas, fallos y defectos en el trabajo, no como una cuestión fundamental relativa a la igualdad entre hombres y mujeres. Decir que todavía hay desigualdad no es apropiado.”[40]

Estas argumentaciones se combinaban con alusiones, en efecto, a la “propiedad socialista”, a que las mujeres participaban en gran número en la política y que la “igualdad entre hombres y mujeres es un eslogan anti-feudal”, sin sentido bajo el modo de producción socialista.[41] La derecha y la FMC jugaban en los mismos términos. La Federación, esa misma que se dedicaba a discutir si hombres y mujeres eran iguales y se preguntaba si la mujer debía salir del hogar, carecía de la proyección ideológica como para oponerse al tranquilo determinismo productivista de la derecha. En 1957, en la tercera Asamblea Nacional de Mujeres, la FMC le toma la palabra y defiende que su tarea central era “construir diligentemente el país y gestionar diligentemente la familia”.[42] Ése sería el medio para cumplir, sin sobresaltos, el programa que Deng Yingzhao había defendido el año anterior.

En este mismo número hablamos de la hipoteca ideológica que supuso para el comunismo la tesis de la familia socialista.[43] También insistíamos en que, en la Unión Soviética, tanto por la novedad del proceso como por el devenir concreto del sujeto, su adopción oficial no fue óbice para unos últimos coletazos prácticos de radicalidad en el contexto de la II Guerra Mundial. No sucede lo mismo aquí: ni la FMC era el Zhenotdel, ni la colectivización china era la colectivización soviética. En la República Popular, la familia socialista se incorpora directamente al repertorio ideológico de la derecha del PCC y al sentido común doctrinario de la FMC. La situación desfavorable era, en efecto, el aspecto dominante de la contradicción, y prevalecía sobre las condiciones favorables.

Ahora bien, estas certezas de la derecha y la FMC habrían de ser cuestionadas por la izquierda a raíz del ejercicio de balance que emprende alarmada por el XX Congreso del PCUS. Sin poder profundizar en el tema, y dejando apuntado de nuevo que la ruptura con las concepciones economicistas es muy limitada, el Balance en el que se embarcan Mao y la izquierda permite poner al frente la cuestión de la dirección ideológica y política y retomar la lucha de clases. La experiencia que desata la izquierda en 1958, el Gran Salto Adelante, tirará por tierra el esquema soviético de desarrollo industrial, enfatizando el equilibrio con la agricultura y, cosa importante, llegando a invocar inicialmente el espectro de la guerra campesina.[44] Esto último, aunque no fructificó por razones que aquí no podemos analizar, remitía a la experiencia de la Guerra de Liberación y revelaba, indirectamente, la motivación de fondo de la campaña: cercar el aparato estatal burocrático separado de las masas y nucleado en las ciudades, donde eran fuertes la derecha y la FMC, apuntando a otro de los principios marxistas revitalizados por la campaña ideológica de la izquierda: la supresión de la división social del trabajo.

Más que una ruptura con las premisas productivistas de fondo,[45] el Gran Salto Adelante puso en el disparadero la forma de articulación política y económica del proceso, mediatizada por ese retorno al campo y las tradiciones de la Guerra de Liberación. Esa forma de articulación fue, como es conocido, la comuna popular, y es lo que posibilita, a estas alturas, estirar el paradigma del Ciclo de Octubre: nada menos que la estratosférica cifra de 100 millones de mujeres son incorporadas a la vida productiva.[46] Y es que el paradigma del Ciclo, aún a pesar de las innegables limitaciones que ya había evidenciado en la experiencia soviética, todavía podía servir a la revolución a condición de la revitalización del elemento subjetivo, de la dirección que la línea ideológica y política le imprimía al proceso. Y, por ir apuntándolo, ya no se trata únicamente de someter una tendencia espontánea a la acción del sujeto y al programa comunista de la vanguardia, sino de, a mayores, escoger entre el camino del esquematismo de la industrialización acelerada o el de la comuna. Para realizar esta gesta, y frente a la “gestión de la familia” de Deng Xiaoping y la FMC, la izquierda le pega un impulso consciente con una masiva campaña de socialización del trabajo doméstico en el marco de las comunas: guarderías, casas-cuna y grupos colectivos de costura proliferan a instancia de la vanguardia para poder sostener la participación de las mujeres en la vida productiva, algo que sólo se había apuntado tímidamente durante la campaña de Marea Alta de Socialismo.[47]

Y la FMC se opone. Y se opone en términos de que los comedores comunales y los grupos de costura “no son factibles, y por lo tanto equivocados y dañinos”.[48] Más todavía, los antiguos defensores de la reforma matrimonial se ven en un aprieto para argumentar que aquello de la socialización del trabajo doméstico no iba a acabar con la familia.[49] Saltan todas las alarmas. La presidenta de la FMC, Cai Chang, cierra filas: “la familia que queremos es la de la democracia y la unidad, la de la igualdad entre hombres y mujeres”.[50] La revista Kirin Ribao afirma tajantemente que “el sistema familiar no será destruido y los miembros de la familia vivirán juntos incluso cuando hayamos alcanzado la etapa comunista”.[51] Hebei Ribao niega de plano la necesidad de superación comunista de la familia y resucita el espectro de la lucha contra el patriarcalismo feudal:

“Ni siquiera en la sociedad comunista podemos concebir una base objetiva y una necesidad para eliminar la familia. Por contra, la quiebra del sistema del patriarcado significaría la ‘emancipación completa y real de mujeres y niños’.”[52]

Basta pegar un tiro al aire para que los conejos salgan corriendo. Con el Gran Salto Adelante, la FMC se echa definitivamente en brazos de la derecha del PCC, atemorizada ante el despliegue radical del programa que ella misma defendía formalmente poco antes ─eso sí, sin la movilización de masas, ni las comunas, ni el plus de servicios comunitarios.[53] Ambas se revuelcan en la misma madriguera, arropadas por raídos mantos antifeudales y (tomen nota) sancionan sus políticas conservadoras apelando a la concepción del mundo. Pero en este mismo terreno la izquierda pudo cobrarse una buena liebre:

“En el socialismo la propiedad privada sigue existiendo, el pequeño grupo sigue existiendo, la familia sigue existiendo. La familia, que surgió en el último período del comunismo primitivo, será abolida en el futuro. Tuvo un principio y llegará a su fin... […] En resumen, la familia puede convertirse en el futuro en algo desfavorable para la producción. En el actual sistema de distribución de ‘a cada uno según su trabajo’, la familia sigue siendo útil. Cuando lleguemos a la etapa de la relación comunista de distribución de ‘a cada uno según su necesidad’, muchos de nuestros conceptos cambiarán. Puede que después de unos cuantos miles de años, o como mínimo de varios cientos de años, la familia desaparezca. Muchos de nuestros camaradas no se atreven a pensar en estas cosas. Son muy estrechos de miras. Pero problemas como la desaparición de las clases y los partidos ya han sido discutidos en los clásicos. Esto demuestra que el enfoque de Marx y Lenin era elevado, mientras que el nuestro es inferior.”[54]

Con la vivificación de la iniciativa del sujeto y del elemento consciente, Mao y la izquierda del PCC rescatan el principio marxista de abolición de la familia en el comunismo, sumergido desde los años 30. Al margen del marco economicista que ya comentamos (“llegará a convertirse en algo desfavorable para la producción”), el dirigente chino emplaza de forma correcta la familia y la igualdad[55] como los elementos de la vieja sociedad que todavía perviven en el socialismo, y que éste es básicamente la preparación para el paso a la fase superior del comunismo,[56] inseparable de la desaparición de la familia.

Con este marco ideológico, genuinamente proletario, la izquierda del PCC parte la mesa en la que la FMC y la derecha jugaban al mus con cartas trucadas. No obstante, presa ella misma de las concepciones productivistas de fondo, la propia ala izquierda cederá terreno con el cierre del Gran Salto Adelante.[57] A los pocos meses de su retirada, las comunas y las brigadas son desmanteladas y los servicios comunitarios, laminados. A partir de 1960, la tasa de empleo femenino cae de nuevo[58] y se restituyen los ingresos familiares en perjuicio de los individuales.[59] Pero, como decimos, el principal activo que se lleva la izquierda del período 1956-59 es una rica experiencia de revitalización subjetiva, un auténtico esfuerzo de los revolucionarios por darle la vuelta a la situación y desempolvar principios marxistas olvidados por años de economicismo y productivismo, sumado a un notable expediente práctico transformador. Este bagaje será fundamental para lo que habría de venir en 1966.

De hecho, es la FMC quien se esfuerza en limitar los méritos del Gran Salto Adelante a la superación del patriarcado feudal en el campo. En su ─por llamarla de alguna manera─ autocrítica de 1959, dice que la institución

“se ha dado cuenta de que nuestra vida colectiva ha mejorado, la familia es más democrática y está más unida, hemos conseguido una mayor igualdad entre hombres y mujeres, y el sistema patriarcal feudal está superado […] Todos sus miembros, jóvenes y mayores, estarán juntos con amor y alegría y la vida familiar se vuelve más y más feliz.”[60]

Sin entrar a valorar la cursilería telenovelesca, es evidente que la FMC no sólo no se ha retractado de sus posiciones, sino que entiende que el propio Gran Salto Adelante le da la razón. Como veremos también, ese “sistema patriarcal feudal” va a ser un auténtico gato de Schrödinger, vivo y muerto a la vez en la caja de oportunismo de la Federación, que decide cuándo se abre y quién mira dentro.

III. Un modelito de seda roja para la mona feminista

Tras la conclusión del Gran Salto Adelante la izquierda sale tocada, pero no hundida. La experiencia le permitiría planear un último asalto. Pero mientras le sacaba punta a la lanza, el escudo hacía lo ídem y se estaba convirtiendo en todo un fuerte. La FMC, amparada por el viento occidental derechista de principios de los 60, se embarca en una campaña omnidireccional por definirse a sí misma en términos ideológicos y políticos. En general, la burguesía puede ser tonta, pero no es imbécil. Y si la FMC se había mostrado particularmente torpe en los años anteriores, sin saber muy bien por dónde le daba el viento, ahora se tomaría muy en serio la elaboración de sus premisas, medios y objetivos propios. Veamos si son o no son exóticos:

“Por lo que respecta al sistema patriarcal feudal, fue abolido, en general, hace ya mucho tiempo en los países capitalistas. Pero fue reemplazado por la familia capitalista. Nosotros, por otra parte, lo hemos sustituido con la familia socialista y democrática unida.”[61]

Nada nuevo en este aserto. Es la letanía ya habitual. Pero, ¿se atreverá esta autora a llevar un pelín más allá sus ideas y decirnos en qué consiste la familia socialista y democrática?

“Lo que tenemos por cierto hoy en día es que, tras la desaparición de la propiedad privada y de la economía del pequeño productor, la familia ya no es más una unidad socio-económica. […] Impulsamos una vida familiar de democracia y unidad, haciendo realidad el viejo dicho: ‘Padre e hijo son sinceros entre sí; el marido y la mujer conviven en armonía y los hermanos se llevan bien’.”[62]

¡Ajá! Si la familia no es una “unidad socio-económica”, es decir, si no tiene una función social ni un contenido económico, ¿sobre qué descansa, entonces? ¡Pues sobre las relaciones personales, afectivas o psicológicas ─según guste el lector─ entre sus miembros, aislados, independientes e iguales!

Esta perlita de genuino pensamiento burgués[63] tiene, como todo pensamiento burgués, la abracadabrante propiedad de transformarse en tocino o en velocidad, a voluntad del confusionista. Figurémonos, por un momento, que la bucólica familia socialista y democrática de la pradera no es tan alegre. Inevitablemente, surge la pregunta de qué podría estar causando tal disrupción. También inevitablemente, tendremos que descartar toda razón económica o social si le tomamos la palabra a la autora. Si no hay un sustrato económico o social, tampoco tendría mucho sentido hablar de ideología (al menos en sentido marxista), pues la propiedad privada y la economía del pequeño productor han desaparecido. Por supuesto, hombre y mujer son iguales, así que mucho menos cabría hablar de desigualdades jurídicas. ¿Dónde está, pues, el problema? La FMC al aparato:

“A pesar de que las masas de mujeres toman parte en la producción, todavía tienen muchos problemas especiales en la producción, la vida y el pensamiento. La idea de que las mujeres son inferiores y dependientes sigue presente en mayor o menor medida entre las mismas mujeres y, en la sociedad, los vestigios de pensamiento feudal acerca de que las mujeres son despreciables no pueden ser eliminados en un corto lapso de tiempo… Por esta razón, es falso decir que ‘ya no hace falta realizar más trabajo entre las mujeres’; al contrario, este trabajo debe reforzarse.”[64]

Esto podría pasar por todo un alegato anti-mecanicista: la transformación de las relaciones económicas no trae automáticamente la transformación de la conciencia de hombres y mujeres. ¡El propio Lenin dice algo parecido![65] Pero no hay texto sin contexto. Ya los propios términos en los que se mueve la FMC deberían encender la bombilla roja de alerta: son sus viejos tópicos de igualdad entre hombre y mujer y los vestigios feudales, ahora en el reino del pensamiento. Y la forma en la que la FMC lo plantea como un sistema de pensamiento o de valores adquiridos que anda flotando por ahí, sin un suelo social o económico concreto (que ya vimos que no lo hay en la familia socialista y democrática), no puede dejar de recordarnos a las diversas formulaciones del patriarcado que en esos mismos años estaban floreciendo entre las liberadas universitarias occidentales.[66]

Cierto es que el patriarcado del que habla la FMC tiene una referencia histórica real, que es el sistema feudal y la familia campesina extensa, vinculada a la hacienda y donde la ley era la autoridad del patriarca de la casa. Pero vimos también que cualquier análisis de clase estaba cercenado ya en los propios términos de la Federación. Si lo que tenemos en nuestro caserío socialista son individuos libres e iguales, sin contenido económico o social y mediados únicamente por un vínculo psicológico-personal (en el que se sustancia la familia socialista y democrática), es claro entonces que las diferencias ─léase desigualdades─ entre sus miembros, hombre y mujer, pueden ser afirmadas positivamente en sus respectivos caracteres individuales tomados para sí. Y la forma en que se recoge e interioriza este proceso de afirmación no es otra que el autorreconocimiento, la autoafirmación. Así tal cual, sin pelos en la lengua, nos lo dice la FMC:

“Sin conciencia de sí mismas las mujeres no querrán volar aunque el cielo sea alto […] primero, [las mujeres] debemos empezar por nosotras mismas.”[67]

La supuesta “autoconciencia femenina” colectiva y corporativa es el pilar ideológico sobre el que se sostiene el concepto feminista de género.[68] Y la Zhongguo Funu impele a las mujeres chinas a nada menos que a tomar conciencia de sí mismas estudiando sus propias historias de vida y la historia colectiva de las mujeres.[69] A mediados de la década de los 60, el oportunismo rojo chino se había adelantado a sus colegas occidentales en la definición y elaboración última de una línea ideológica feminista completa, partiendo de las premisas liberales del viejo sufragismo y del desarrollo lógico de la tesis de la familia socialista ─esa misma familia socialista que feministas de ayer y de hoy condenan como la cúspide de la reacción patriarcal soviética.[70]

Y, como no hay espíritu sin carne, las ideólogas y dirigentes de la FMC se lanzaron a aplicar consecuentemente su línea, amparadas por la gargantuesca maquinaria burocrática del Estado y el Partido controlada por la derecha. Apelando a desarrollar relaciones de hermandad entre las mujeres[71] (¡sororidad!) para resolver sus problemas individuales y concretos, la Federación organiza todo un sistema de foros, reuniones y grupos de trabajo en el que las mujeres pudiesen “intercambiar experiencias personales” y “aprender unas de otras”.[72] La crítica de la femineidad que daría paso a la crítica de la sociedad… ya. En síntesis: un circuito de arriba abajo que empieza por las asambleas feministas de barrio y se corona con el Congreso de los diputados y las diputadas:

“Para que el trabajo femenino sea llevado a cabo entre las amplias masas de mujeres, uno de los elementos clave es mejorar el sistema que rige las reuniones de representantes de base de las mujeres, expandir completamente el papel de la conferencia de representantes de mujeres, y consolidar el sistema para promover relaciones más íntimas entre representantes de mujeres y las masas del pueblo. Dado que las representantes de las mujeres son elegidas democráticamente, son responsables de asociarse ellas mismas con la gente que las eligió. Es a través de las representantes de las mujeres que las opiniones, deseos y voces de las mujeres son entendidas y reflejadas.”[73]

De forma completamente coherente, el feminismo “rojo” chino acaba donde comenzó: en la relación de representatividad, mediante la que las “opiniones, deseos y voces” de las mujeres llegan a las instituciones del Estado y a su entramado burocrático-corporativo, tal y como lo podríamos ver en cualquier Estado imperialista contemporáneo.[74] Éste es el feminismo terminado, completo mucho antes de que sus hermanas occidentales hiciesen lo mismo y, aún por encima, “rojo”, más “rojo” que todos los feminismos “rojos” que pululan hoy en día entre la vanguardia. No sólo con un montón de batiburrillos teóricos con palabrotas como “comunismo”, “socialismo”, “revolución” y “lucha de clases”; también encastillado en un Estado socialista. Nuestros actuales feministas de clase son, comparados con esto, un mal chiste, una parodia regulera que se cree novedosa sólo porque desconoce su propio pasado… de clase.

Y nosotros, que conocemos nuestro pasado de clase, sabemos también qué hizo la vanguardia proletaria con este armatoste: destruirlo.

IV. ¡Fuego contra el cuartel general!

Lo que venimos comentando sobre el feminismo “rojo” de la FMC no era, con toda probabilidad, completamente evidente para la vanguardia, y mucho menos hasta sus implicaciones últimas ─sólo ahora tenemos la suficiente distancia histórica como para ejercer una crítica revolucionaria completa. Pero el tono desvergonzadamente burgués de la Zhongguo Funu era inocultable. Por poner algunos ejemplos: la revista solicitaba a sus lectoras que enviasen cartas expresando sus puntos de vista (“opiniones, deseos y voces”) acerca de temas tales como “¿para qué vive una mujer?” o “¿bajo qué criterio escoger marido?”[75] ¡Cosas de chicas![76]

El panorama tan sombrío que hemos esbozado aquí no era, afortunadamente, lo único que se alcanzaba a ver en China: como ya adelantamos, a pesar de su progresiva marginación, la izquierda del PCC todavía contaba con ciertos resortes políticos y, especialmente, con una revivificada concepción del mundo. Todo esto le permitía, aunque malamente, manejarse en esta situación. Paralelamente al movimiento femenino burgués, seguía madurando el movimiento femenino proletario.[77] La contraofensiva de la izquierda se inicia con el Movimiento de Educación Socialista de 1964 y, oportunamente, arrancó con dos elementos ideológicos clave: una campaña de crítica contra el feminismo[78] y el rechazo de la consigna de la lucha antifeudal,[79] tan manoseada por la FMC.

Las primeras acciones guerrilleras tuvieron lugar en ese mismo 1964, justamente en el marco de la campaña anti-feminista. Wan Mu-chun, una joven obrera, da la señal de asalto a la fortaleza con un incendiario artículo en Honqi, Cómo se deberían contemplar los problemas de las mujeres. Empezando por las zafiedades sexistas de la Zhongguo Funu, Wan señala cuál es la cuestión central:

“La concepción de la vida y la concepción del mundo pueden distinguirse únicamente atendiendo a la clase, y son o bien la concepción de la vida y el mundo de la clase revolucionaria de avanzada, o bien la concepción de la vida y el mundo de clase reaccionaria decadente. Ciertamente, no pueden ser distinguidas en función del sexo, en función de la concepción de la vida y el mundo del ‘hombre’ o de la ‘mujer’. Suscitar la pregunta ‘¿para qué viven las mujeres?’ es lo mismo que admitir que las mujeres pueden tener una concepción especial de la vida y el mundo no en razón de su clase, sino en razón de su sexo.”[80]

El toque a rebato desata una masiva oleada de cartas contra la Zhongguo Funu enviadas por mujeres de toda China, lo que indica que había un público de vanguardia receptivo a los planteamientos proletarios de la izquierda. Arrancaba la Gran Revolución Cultural Proletaria. En 1966, la FMC, en una maniobra desesperada, sacrifica a la editora jefe de la revista, Dong Bian. Pero la caja de Pandora ya había sido abierta:

Zhongguo Funu consagró un amplio espacio para la publicación de artículos del estilo ‘¿A quién amar?’ y ‘Una buena vida material es la felicidad’. ¿A qué viene esto? ¿Qué asunción es ésta de que un cuadro revolucionario no sabe para qué vive?[81]

“Desde la liberación, hace 16 años, las mujeres de la nueva China se han hecho las dueñas del país. Trabajan, se esfuerzan y estudian hombro con hombro con los hombres en el frente político, en el frente económico y en el frente cultural. No sólo son aptas para realizar el trabajo revolucionario en tierra, mar y en el subsuelo; también han volado ya hasta el cielo.”[82]

“La camarada Liu Ju-lan dijo: ‘la vida de lucha por la causa comunista es la vida más gloriosa. El trabajo revolucionario es la principal empresa de mi vida’.”[83]

“¡Dong Bian, aprende la razón por la que vivimos las mujeres trabajadoras! Mi marido Liu Ching-hai era el líder de un escuadrón armado durante la Guerra de Resistencia contra el Japón. Eran seis hermanos. Tres de ellos fueron vendidos por traidores nacionales y arrestados por diablos [soldados japoneses] y espías. Fueron apalizados y colgados, pero el enemigo no les pudo hacer cantar. Desesperados, los mataron a los tres. El líder de los espías vio que yo era joven, y trazó un plan malvado para utilizarme. […] envió a un lacayo a mi familia para casarme con él. Si yo lo hubiese consentido, le habría asegurado seguridad y felicidad a mi familia. ¿Para qué vive una mujer? ¿Vive para el dinero? ¿Vive para la ‘felicidad’ de la traición al pueblo y de la traición a sí misma? No. Yo tenía una deuda de sangre y lágrimas. Yo estaba llena de odio de clase. […] Los traidores nacionales y los espías no me pudieron cazar. Así que arrestaron a mi hermano mayor y lo mataron cortándolo en dos por la cintura […] Yo no tenía ya marido, ni hijos, ni familia. ¡Pero prefiero perderme sola por ahí a solazarme disfrutando de la ‘felicidad’ de una buena vida material!”[84]

Las múltiples referencias a la Guerra de Liberación no son fortuitas. Como ya vimos en el Gran Salto Adelante, el marco de referencia revolucionaria de la izquierda consistía, no en vano, en el movimiento de masas campesino y nacional y las tradiciones guerrilleras. Independientemente de todas las limitaciones históricas que este marco pudiera tener de cara a la etapa socialista de la revolución, era, efectivamente, la historia revolucionaria que la prensa rosa de la FMC les estaba arrebatando a las proletarias: una “calumnia y un menosprecio extremadamente serio hacia nosotras, las mujeres revolucionarias, dirigido a hacernos olvidar la revolución, mandarla a paseo y volver de nuevo a la cocina.”[85]

Con esta trepidante campaña de acoso y derribo contra las feministas de la FMC, ni la destitución de Dong Bian puede impedir que su aparato político-organizativo caiga en manos de la izquierda, que lo emplea en un decisivo golpe de mano propagandístico a escala nacional. El lector sabrá disculparnos la extensa cita:

“Debemos barrer las ideas burguesas y feudales anidadas en nuestras almas y continuar la lucha ideológica para elaborar el pensamiento proletario y demoler el pensamiento burgués: el ‘feminismo’, el ‘arribismo individual’, el ‘amor materno’ y la ‘felicidad de familias individuales’ que intentan en vano corromper a las mujeres obreras, campesinas y a los cuadros revolucionarios femeninos [...] Para triunfar en la revolucionarización del pensamiento de los individuos, es imprescindible llevar a cabo la demolición y construcción a gran escala. Cuando la demolición es suprema, en sí misma implica construcción. Demolición significa crítica, lucha y transformación… las mujeres deben ser las críticas de los viejos pensamientos, de las viejas costumbres y de los viejos hábitos y elaborar creativamente nuevos pensamientos, costumbres y hábitos proletarios. Debemos liberarnos a nosotras mismas de los grilletes de las ideas burguesas y feudales… Con el reclamo de resolver los pretendidos problemas personales de las mujeres, Zhongguo Funu propagó el revisionismo e intentó difuminar el punto de vista de clase de las mujeres, para que no se molestasen por los asuntos importantes del Estado, sino únicamente por la vida de sus familias individuales y la supuesta felicidad de sus maridos e hijos. Intentó disolver el espíritu de lucha de las mujeres revolucionarias y abrir una brecha en China para el retorno del capitalismo.”[86]

No sería exagerado decir que ésta es la racionalización más elevada de la cuestión de la mujer en el Ciclo de Octubre. La izquierda, aquí, sitúa la lucha contra la burguesía, el revisionismo y el feminismo ─las tres en pie de igualdad─ en el terreno ideológico, en la concepción del mundo, y, además, emplaza a las mujeres la tarea de vanguardia de elaborar creativamente los nuevos pensamientos, la concepción del mundo proletario-revolucionaria (algo más pertinente hoy, si cabe, que entonces, dado el actual estado de liquidación ideológica del comunismo). Todo ello en el contexto de la transformación social bajo la propia dictadura del proletariado, en la demolición a gran escala de los baluartes de lo viejo y la construcción de sus propias instituciones revolucionarias, de clase, desde las cuales proseguir la revolución hasta el triunfo del comunismo (y que tampoco están exentas de ser demolidas cuando dejen de servir a esta causa). En efecto, se trata de toda una Revolución Cultural.

Atrás queda, definitivamente superada por la maduración revolucionaria de la clase, aquella grandiosa incorporación de las mujeres al trabajo productivo pilotada por la vanguardia, primer y necesario paso histórico del proletariado en su andadura independiente (bolchevismo). Atrás queda, incluso, la disyuntiva entre una u otra forma de llevar adelante la colectivización (el Gran Salto Adelante). Ahora, por primera vez, al proletariado maduro se le plantea la tarea de crear su propio sendero, de proyectarlo ─cosa inseparable de la dimensión del marxismo como concepción del mundo, como teoría de vanguardia, como vara de medir general de qué se hace y por qué se hace─ y de poner los medios para llevarlo a cabo; esto es, para transformar el mundo. En efecto:

“El proletariado aspira a transformar el universo según su concepción del mundo, y a otro tanto aspira la burguesía.”[87]

Y este combate abarca y agota todo el recorrido entre la sociedad de clases y la sociedad comunista, entre los círculos de estudio del marxismo y la nueva civilización en estado de libertad, pasando por la (re)constitución del pivote social que posibilita esa transformación a gran escala (Partido Comunista) y la dictadura del proletariado. Si la participación de la mujer en la revolución proletaria siempre fue una constante, imbricada y exigida en los propios fundamentos del marxismo, sólo ahora ha dejado de tener un contenido principalmente negativo (independencia económica respecto del varón y supresión de la familia) para desplegar todo su contenido positivo sustantivo, la creación consciente del hombre nuevo y de un mundo acorde, no determinado por la necesidad natural sino por la libre autodeterminación de la humanidad, su definitiva humanización[88] ─empresa constructiva orgánicamente vinculada, ahora sí, a la destrucción del viejo mundo, de la familia, la propiedad privada y el Estado.[89] En este sentido, la divisoria entre revolución y reacción se sitúa, justamente, en la planificación y dirección del proceso y en la compre(he)nsión de las herramientas que se disponen a tal fin. Y ese principio es el que preside, no por casualidad, la actividad de vanguardia:

todo lo que sea inclinarse ante la espontaneidad del movimiento obrero, todo lo que sea rebajar el papel del ‘elemento consciente’ […] equivale ─en absoluto independientemente de la voluntad de quien lo hace─ a fortalecer la ideología burguesa sobre los obreros. Todo el que hable de ‘sobreestimación de la ideología’, de exageración del papel del elemento consciente, etc., se imagina que el movimiento puramente obrero puede de por sí elaborar y elaborará una ideología independiente.”[90]

Precisamente, el espontaneísmo es un problema universal del movimiento obrero, es la tendencia a sumergir el factor consciente, la acción subjetiva y creadora de vanguardia, bajo las procelosas aguas espontáneas del mundo burgués y la repetición trillada de sus esquemas, instituciones y pensamientos; es decir, de la ideología burguesa. El obrerismo es quizás la forma más obvia y evidente de espontaneísmo, siendo el revisionismo su correlato ideológico. Pero no es la única. En el frente de la mujer, el espontaneísmo y el oportunismo se traducen, y sólo se pueden traducir, como feminismo, “rojo”, verde o multicolor, como la forma de conciencia burguesa, espontánea, de las mujeres que no se reconocen a sí mismas como más que lo que ya son: hombres del sexo femenino.

Hablando en general, a medida que avanzaba el Ciclo, la cuestión de la mujer iba dejando de ser principalmente la cuestión de su incorporación a la vida productiva (cuestión efectivamente clave para resolver este problema histórico pero que por sí misma no permite ir mucho más allá) para pasar a enfatizar su elemento determinante: la concepción del mundo, la razón profunda del qué se hace y por qué se hace, enmarcando de forma más abarcadora las herramientas que se dispongan a tal fin ─como las levas industriales femeninas o los organismos generados para el trabajo entre las mujeres. Una vez más, la grandeza de las mujeres comunistas consistió (y consiste) en no fetichizar ni dejarse amedrentar por su carga opresiva añadida, sino en aferrar, con todas sus consecuencias, la tarea de construcción histórica que es el comunismo, porque saben lo que quieren y ninguna activista de género podrá ponerlo, de forma paternalista, en cuestión. Simultáneamente, y como muestra en negativo de la madurez del sujeto, el feminismo también se ha desarrollado desde sus mocedades liberales y sufragistas hasta su actual configuración como cuerpo ideológico completo (género, patriarcado, etc.), encerrando a las mujeres en su simple dimensión de hembras humanas, sin proyección de futuro precisamente porque mira hacia atrás, hacia lo que para las mujeres ha sido el resultado espontáneo de la sociedad de clases (de ahí que el feminismo se esfuerce por demostrar que sus conceptos, como el eterno femenino del género o el patriarcado, subyacen a toda la historia precedente). Su precoz maduración en China nos pone sobre la pista de que, a pesar de su actual fortaleza, es el síntoma de la histórica adultez del proletariado y del carácter universal de su empresa. ¡No era cosa de exotismos, sino la auténtica lucha final!

Y en esta medida, la lucha contra el feminismo ya no es, en efecto, una simple lucha político-organizativa, sino, en rigor, una batalla entre las dos alternativas civilizatorias que la lucha de clases ya ha desplegado. Por un lado, el comunismo, el movimiento real que supera el estado actual de cosas y somete el mundo objetivo a la libre autodeterminación de la humanidad emancipada; por el otro, el feminismo, el sometimiento de las mujeres oprimidas a lo que el mundo objetivo, la sociedad de clases, ha hecho espontáneamente de ellas, sumado a su necesaria gestión ─y, si acaso, medidas básicas de alivio─ por la institución que por excelencia puede conducir, encauzar y mantener cohesionada una sociedad basada en el libre desarrollo de la espontaneidad: el Estado. En efecto, una contradicción entre la lanza y el escudo que perdura hasta que esta disyuntiva sea finalmente superada en la civilización comunista o, por el contrario, dejemos que sea eternamente reproducida por la sociedad de clases.

Por eso, y volviendo a China, la izquierda al mando del aparato de la FMC, tras aquella importantísima y trascendental declaración programática, toma rápidamente la decisión de destruirlo. Fue un auténtico bombardeo del cuartel general. En la cúspide del Ciclo, parece que el proletariado consigue, por fin, zafarse de aquella maldición que Marx había enunciado sobre la revolución moderna: “Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina en lugar de quebrarla.”[91] Sencillamente, aquel mastodonte de comisiones, círculos femeninos de estudio y asambleas de representantes no servía a los intereses revolucionarios del proletariado, no había forma de instrumentalizarlo, era un dinosaurio hecho por y a medida de la burguesía burocrática china y su política feminista.[92] De forma tampoco fortuita, las referencias a la Comuna de París acompañan todo el recorrido de la Revolución Cultural, como sano y vigoroso recordatorio de que aquel Estado situado por encima de las masas, por el simple hecho de estarlo, tenía un contenido de clase bien determinado.[93] Y ello tuvo, también, una correlación positiva con la participación de las masas de mujeres, ahora de forma potencialmente favorable al programa de la izquierda.[94]

V. Para terminar

No podemos abundar aquí en el desenlace de la Revolución Cultural ni en sus limitaciones. Como ya hemos señalado en otro lugar,[95] la negativa de la izquierda en enero de 1967 a tomar el camino de la Comuna marcará el principio del fin. Si en la esfera ideológica conquistó una opinión pública favorable para soplar un vendaval oriental que manda por los aires la casita de paja de la FMC, la izquierda no hizo apenas nada por dotar a ese estado de opinión ─cuya potencialidad hemos visto─ de un cuerpo político-organizativo a su medida.[96] El rechazo de la Comuna y del armamento de las masas fue su puntilla, que marca el ordenado retorno a la vida normal a lo largo de los siguientes meses. Simplemente nos queda apuntar un par de cosas que confirman algunas de nuestras valoraciones sobre el episodio.

En el número 0 de Línea Proletaria calificábamos a los Comités Revolucionarios o de Triple Alianza como una solución de compromiso con la derecha y el Ejército Popular de Liberación.[97] La vía de la Comuna, por su parte, podía haber supuesto el medio ambiente idóneo para el desarrollo de la ofensiva de la GRCP y podía haber creado las condiciones más favorables para luchar contra la división del trabajo y la restauración del capitalismo.[98] Esta tesis se confirma en el frente de la mujer. Efectivamente, tras enero de 1967, una de las directivas que las autoridades locales reciben inmediatamente desde los organismos centrales del Estado fue la de aumentar el número de mujeres en los Comités de Triple Alianza.[99] Este fetichismo de la promoción, de rellenar puestecitos y comisiones con mujeres sin atender a la línea ideológica y política, ya nos es sobradamente conocido: podemos ver en ella la mano huesuda de un cadáver redivivo. Y así fue. Entre 1972 y 1973, apoyándose en los Comités de Triple Alianza, la FMC es reconstruida a nivel local y provincial[100] y consigue el privilegio de estar obligatoriamente representada en todos los municipios.[101]

Y, como ocurre habitualmente con los resucitados, trajo consigo a sus colegas del inframundo. Soong Ching-ling, antigua sufragista, venerada figura del Frente Unido y viuda del doctor Sun Yat-sen, abre la caja. Aquí hay gato encerrado, y está… vivo. A pesar de los progresos realizados, nos dice la momia, el movimiento de liberación de la mujer todavía era necesario por la persistencia de la ideología feudal-patriarcal.[102]

La debilidad de la izquierda en este momento, sumada muy probablemente a los expedientes ideológicos del período de la Guerra de Liberación, la conduce a ceder y caer en la trampa de la derecha, en los tópicos antifeudales, cuando la revolución ya navegaba por mares netamente socialistas. En la campaña contra Confucio y Lin Piao de 1973 no veremos ya por ninguna parte la consigna de abolición de la familia o la socialización de la vida doméstica, sino un conformista llamamiento a que los miembros de la familia se repartan el trabajo doméstico bajo el ya anacrónico hogar individual (otro piadoso deseo de las feministas al uso) y a luchar contra las ideas confucianas de la superioridad del hombre sobre la mujer.[103] Poco a poco, la FMC consigue revertir todas las conquistas de la izquierda: empezando por los Comités de Triple Alianza (donde, no hay que olvidarlo, el EPL actuaba como árbitro de la reconstrucción), consigue escalar de nuevo todas las posiciones del entramado estatal (convenientemente ayudada desde arriba) y lanzar una campaña política a su medida, que desarticula ideológicamente a la izquierda y la incapacita para poder desviar el siniestro rumbo que estaba tomando la República Popular. Muerto Mao, arrestados los últimos miembros de la izquierda y pacificado el país, la FMC será restablecida a escala estatal por su viejo amigo Deng Xiaoping en 1978. Ya sin la amenaza proletaria, la FMC pudo desplegar sin rubor todo su potencial como brazo feminista corporativo del socialfascismo chino, involucrada, hasta el día presente, en empresas sociales como programas de emprendimiento para mujeres, mientras otros tantos espectros ─la familia, el paro, la prostitución─ aplastan rigurosamente a las oprimidas.

Éste es el expediente del feminismo “rojo”. Su culminación consecuente por el oportunismo chino debería ser la prueba empírica de que lo que hoy defienden nuestros feminismos de clase no es ni nuevo ni revolucionario. Ya fue puesto en práctica y ya fue, también, combatido por el proletariado. Empuñar la lanza del marxismo revolucionario es la única forma de retomar este combate. Reconstituir el comunismo es prepararnos para el definitivo asalto a la fortaleza de la sociedad de clases. Sin satisfacer esa premisa, y por todo lo dicho, la emancipación de la mujer es una frase huera, repetida por los charlatanes del mercado. Hagámoslo, pues. Que las proletarias revolucionarias impongan su voz a la de los vendehumos de toda especie, porque ellas sostienen la mitad del cielo y, de nuevo, habrán de navegarlo en su totalidad.




Notas: