Ante el ciclo electoral de 2019

En defensa del boicot y de las tareas revolucionarias

El redoble de tambores favorito de este mundo agonizante vuelve una vez más a ensordecer la única forma de vida, sangrante, gris y rutinaria, que es capaz de producir, convocando a sus vástagos a un nuevo cierre de filas en torno a su existencia. Plumíferos sin complejos de la extracción de plusvalor, susanas grisos de indigestos desayunos públicos y privados, dirigentes pretendidamente radicales de la revolución morada, y amantes de todo tipo del obrerismo “rojo, aparcan sus coyunturales diferencias para batirse en duelo en ese terreno neutral que demuestra su verdadera y común esencia: el Estado burgués y su nuevo banquete electorero. Y es que el flamante derecho al voto de la democracia representativa, tan cacareado y celebrado por unos y otros, no hace sino demostrarnos la auténtica naturaleza del imperialismo y de quienes formulan su política en torno a aquel: su creciente incapacidad para ofrecer más democracia que el desesperado, inútil y estrecho gesto de introducir un papel mojado en una simple urna. Esa es la cruda realidad de la dictadura del capital que padecemos, el mecanismo donde se cimienta, entre aquellos que representan la reiterada farsa a través del Estado, y las masas reducidas a la más palmaria expresión de su lugar en el mundo burgués, como votantes, cariacontecidos y apáticos, instrumentos para renovar, cuantas veces sea menester, la farándula parlamentaria.

Desde los comicios del cambio de 2016 hasta el presente ciclo electoral, la Crisis de la Restauración 2.0 ha vivido actos relevantes que han venido a signar su recorrido hasta la fecha. La jornada del 1 de Octubre y adyacentes asestó un duro golpe en el corazón del mezquino y revanchista orgullo españolista, motivando el despertar de toda la maquinaria chovinista-institucional dispuesta a restaurar el orden en Catalunya al precio que fuese. La pusilanimidad generalizada de todos los dirigentes del movimiento nacional catalán –quebrantamiento de la voluntad nacional mediante–, terminó de extender la alfombra roja con bochornosa falta de resistencia incluida. En ese callejón sin salida ha quedado el arco político independentista: entre el terror a aplicar la genuina expresión de las masas catalanas y la sumisión a un nuevo pacto con sus verdugos capitalinos ante la amenaza de un mal mayor. Sin embargo, la reacción del Gobierno del Partido Popular –más partidista que estadista– no colmó la sed de venganza de ese latente monstruo español que perpetuamente ha anidado, aparentemente en letargo, pero siempre dispuesto a la leva, entre las cloacas del Estado. La hispanidad desbocada y embrutecida, congregada al paso del ¡A por ellos! y del mitin televisivo en blanco y negro de El Preparao, y auspiciada por milicos, sindicalistas policiales, y juristas en pleno, hacía orgulloso acto de presencia con su trapo rojigualdo en balcones de medio Estado. La llamada a la Reconquista de una españolidad sin complejos se instalaba entonces como el nuevo sentido común.

Ante la aún lenta pero decidida irrupción del proyecto de la España a sangre y fuego, a mediados de 2018 los sectores pactistas del monopolismo español, históricamente representados por el PSOE, se lanzaron a través de este a la intentona de salvar el Estado, deponiendo al soporífero registrador de la propiedad, para buscar reestablecer, en una acción más desesperada que viable, los lazos entre Madrid y Catalunya. A su llamada acudieron, como quien solo tiene ojos para su amo, las fuerzas políticas catalanas, un decrépito Podemos y la pequeña y mediana burguesía vasca, siempre dispuesta a dejarse querer. Ahora bien, la investidura del renacido Pedro Sánchez, lejos de ser ejemplo de vigorosa salud por parte de las clases dominantes patrias, es una muestra clara de la aguda crisis política por la que pasa el Estado español: lo que un día fue capital político propio de ese Partido de Estado que siempre ha sido el PSOE, ahora se expresa fuera de él, en la concertación entre fracciones del gran capital, la aristocracia obrera radicalizada (Podemos) y las burguesías periféricas (PNV, EH Bildu, ERC, PdeCat). La pretendida continuidad del 78 por parte de los diferentes agentes políticos que tomaron parte de él, de un tiempo que fue pero que no volverá, es, más que una realidad en positivo, un anhelo del que sobrevivir.

Así las cosas, hemos desembocado en las elecciones generales, autonómicas, municipales y europeas de 2019, donde, ahora sí, ese elemento central que comentábamos y que nuclea toda sociedad de clases ha hecho definitivo acto de presencia: la idea de Estado. Hoy está en juego abiertamente el proyecto que pueda reconstruir la ruptura del pacto de clases postfascista: de un lado, el reforzamiento voluntarioso del mismo bajo nuevas formas; de otro, el regreso al verdadero ser de España, autoritariamente centralista. Y aunque el estado pantanoso y sin rumbo que hoy impregna el momento político del Estado español no prevé solución a corto plazo, sí parece poder vaticinarse que quien verdaderamente tiene un proyecto en negativo para aplicar, al calor de esta nueva normalidad mediática, es el famoso trío de Colón.

La rebelión internacional de las clases medias contra el establishment cosmopolita, socioliberal y multicultural, y en defensa de la nación propia frente al mercado mundial de los buitres financieros, ha encontrado aterrizaje en estas tierras con la crisis de representatividad abierta por el 15M y el conflicto catalán como telón de fondo. En lo particular, Vox representa prístinamente a los sectores burgueses más fundamentalistas de la nación española, aquellos vinculados al franquismo sociológico, al culto al ladrillo, al interior peninsular –religioso, tradicionalista y conservador en lo social–, desbancados del juego político por la caída del aznarismo, y a sus ignominiosas relaciones con lo más oscuro de los aparatos y cuerpos represivos del Estado. Y aunque la realidad europea sea aún lateral en su programa por los cuidados que esta siempre ha dispensado al tejido medio del empresariado nacional, en lo general conecta con ese malestar occidental de los sectores intermedios de la clase dominante, véase su oposición a los movimientos esencialmente urbanos como el feminismo y las reivindicaciones LGTBI, y el disciplinamiento del proletariado inmigrante en favor de la mano de obra nativa. Pese a que Vox aún hace gala de su sentido de orden a través del parlamentarismo, sin duda hay elementos que nos permiten vislumbrar su carácter protofascista, y que no pasan principalmente por las críticas moralistas que acostumbran a expedir reformistas y revisionistas por igual: en lo esencial, su pretensión de expulsar del bloque dominante a las burguesías periféricas y a la aristocracia obrera a través de la demolición del Estado de las Autonomías y la ilegalización de sus partidos políticos por su supuesta connivencia con el golpismo catalán y el marxismo.

Si bien los sectores liberal-conservadores aún se expresan fundamentalmente a través del PP y Ciudadanos, rehenes entre sus espacios políticos más amplios y diversos y del ariete Campeador que hoy marca sus ritmos –y, de esta manera, por fuera de Vox y de su movimiento de masas–, podemos entrever que esa hipotética comunidad de intereses entre el gran capital nacional y su pequeña y mediana burguesía vasallas son fundamento y carta de naturaleza del fascismo como realidad histórica, también como entrelazamiento de las aspiraciones y el lugar internacional del primero –la cadena imperialista– y el estrecho ámbito de actuación de las segundas –la crisis local de un Estado–. La situación ya demuestra que la inestabilidad institucional a todos los niveles y la creciente conflictividad social están imponiendo un tablero político de tiempos oscuros. Y la crónica escrita del Estado español no nos habla precisamente bien de cómo suele cerrar sus crisis históricas.

Ante este escenario luctuoso, reformistas y revisionistas de toda laya, en absoluta connivencia con la progresía del PSOE, parecen sentirse más nostálgicos que nunca de su mito fundacional antifascista: la II República. Y al calor de la llamada al alistamiento del nuevo cabeza de familia numerosa, cuya baja por paternidad, moderna y performativa, ha resultado ser un auténtico calvario, todo el arco parlamentario y extraparlamentario de las izquierdas ha corrido a levantar nuevamente la bandera tan manida y correosa del frentepopulismo. Un frentepopulismo que, lo reiteraremos cuantas veces sea necesario, tiene como principio la unidad interclasista y la reforma del Estado burgués español en clave pactista, federal y republicana como punto nodal, y que, como ya demostrase nuestra derrota hace 80 años, pretende defender la verdadera democracia, al margen de cualquier consideración de clase, frente a la amenaza del fascismo. Esa supuesta democracia abstracta, blanqueada por quienes la disfrutan, y las libertades sociales y civiles en riesgo, constituyen, en el mismo modo que lo hace la dictadura terrorista de los sectores más reaccionarios del capital, otra forma de dominación de clase de la burguesía, otro proyecto alternativo para el Estado burgués, el de su reorganización vía corporativa y asociativa entre las diferentes expresiones parciales de su cuerpo social. He ahí, también, la persistencia del feminismo el pasado 8 de marzo en ligar huelga y movilización con su llamada al voto el próximo 28 de abril como contención de la deriva retrógrada.

Pareciese, en definitiva, que el transcurrir de esta crisis de la Restauración 2.0 hacia situar como eje de discusión cuál ha de ser el nuevo proyecto para España ha terminado por aterrizar entre las filas del Movimiento Comunista del Estado español (MCE), exacerbando el más burdo y desvergonzado socialchovinismo. Y unido a las comparsas de esta nueva farsa plebiscitaria que hoy padecemos, tenemos un cóctel perfecto para encerrar nuevamente las aspiraciones revolucionarias del proletariado en los colegios electorales, bien aderezado con gritos impotentes, demagogia barata y excusas de todo tipo para demostrarnos que –¡ahora sí!– es la hora definitiva para el voto. Más si cabe cuando nuestros revisionistas se presentan como legítimos herederos –¡déjame a mí que tú no sabes!– del estrepitoso fracaso de la socialdemocracia rediviva; es decir, de la reforma en tiempos de imperialismo y revolución proletaria. En estas fechas tan señaladas se pasean, sin rubor ni disimulo como acostumbran desde el pleistoceno, lo más granado y elocuente del revisionismo aristobrero. Ahí está el novedoso PCPE de Astor García, ahora Partido Comunista de los Trabajadores de España (PCTE), recientemente renombrado en engalanada decisión de su Comité Central por el temor a perder sus siglas históricas –o eso dicen ellos–… y el ridículo puñado de votos habitual… ¡esto sí que era motivo de peso para su escisión, faltaría más! A la cita no podía faltar nuestro querido Partido Comunista Obrero Español (PCOE), que parece sentirse demasiado cómodo para presentarse cuantas veces sean pertinentes a la fiesta de la democracia de... ¡un Estado fascista! ¿cómo puede ser tan descarada su incongruencia?, nos preguntamospara demostrarnos a todos el arraigo de su poder popular ese órgano de poder de masas que es el siempre discreto Frente Único del Pueblo (FUP), sobre todo si sus spots electorales tienen tan buena factura audiovisual.

Mención aparte merece la organización que parece estar aglutinando gran parte del proyecto republicanista y español, el Partido Marxista Leninista (Reconstrucción Comunista) (PML- RC). Estos desnortados amantes del obrerismo más ramplón, redactores de un programa que nos habla de un Estado español carente de soberanía nacional y con tareas antifeudales pendientes ¡en tiempos de capitalismo imperialista y de un Estado entre la jet set de la rapiña internacional!, gustan de las piruetas teóricas más rocambolescas: mientras nos hablan de la inexistencia de la nación española son los primeros en defenderla a ultranza, con honra –con lo de insulto que tiene esto a las tradiciones liberales y progresistas, en tiempos donde el Estado español, constituido ya como Estado social y democrático de derecho, se levanta sobre el yugo impuesto por la fuerza a las naciones oprimidas que alberga en su seno. De esta forma, el PML (RC) acaba tomando su actual forma, la división coyuntural entre nación opresora y oprimidas, como marco preestablecido el Estado siempre como centro político de la vanguardia, ¡otra vez!para la unidad de la clase en torno a la España obrera, subordinando toda posible unión libre a las fronteras impuestas por la burguesía. Su llamada a defender el boicot frente a la expresión libre de la voluntad nacional de las masas catalanas es la nítida consecuencia de levantar la política de la vanguardia desde el Estado y su organización territorial. Sin embargo, lejos de sostener esta consigna para el ciclo electoral, promocionan y presentan la candidatura popular Sedaví... ¡a la vez que su Frente Obrero admite no estar aún preparado para dar la batalla en los comicios! Al margen de la confusión intencionada, pareciese que, disimulada y torticeramente, van sembrando el terreno para un futuro y fastuoso desembarco de su cretinismo parlamentario en el Congreso, capaz ¡por fin!de aplicar el verdadero programa reformista olvidado por el traidor Errejón. En definitiva, tanta perorata españolista, vendepatrias y sin complejos termina por situar a estos indisimulados chovinistas más del lado del Tribunal Supremo y las fronteras que defiende ¡quizás sean buen sustituto de Vox como acusación popular!que de la fusión libre y voluntaria de la clase por encima de prejuicios nacionales.

Por concluir la retahíla asfixiante y tenebrosa de sinsentidos que hoy nos ofrece ese MCE en bancarrota desde hace décadas, nos gustaría señalar la última sopa de letras de la unidad comunista que parece estar cocinándose. El “Manifiesto ante las próximas elecciones” firmado por Iniciativa Comunista (IC), el Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE), el Partido Comunista de España (marxista-leninista) (PCE-ml), Unión Proletaria (UP) y Red Roja, repite nuevamente todos los vicios y males de pretender conquistar la unidad de la vanguardia en lo inmediato, desde los movimientos de resistencia y sus demandas; esto es, desde el consabido programa de mínimos de turno, donde se recogen todas las pataletas de la aristocracia obrera radicalizada y necesitada de recuperar sus prebendas en el reparto del plusvalor. Todo sea por consignarse contra el comunismo revolucionario, perpetuando, así, su actual estado de postración, y eludiendo su esencia como punto de partida y esqueleto para cualquier proyecto político revolucionario, que ha de ser conquistado, en primer término, desde la unidad ideológica en torno a las tareas que la revolución proletaria nos impone en la actualidad. Este horizonte fija la mirada de la vanguardia hacia arriba, con el objetivo del Comunismo y la experiencia histórica del proletariado como núcleo ordenador de toda su política, frente a aquellos que pretenden construirlo desde abajo, desde la estrechez de lo urgente y de las reivindicaciones ajenas a su verdadera naturaleza revolucionaria. Una vez más ¡y cuántas van ya!vuelven a repetir las mismas estrategias incesantemente fracasadas. ¡Les deseamos buen viaje hacia el abismo!

Frente a este escenario calamitoso en el seno de los proyectos pretendidamente comunistas, y frente a la bestia negra fascista acechante, pero también contra todo proyecto democratizador, todo se presta a defender más alta que nunca la bandera de la Revolución Proletaria Mundial, la independencia ideológica y política del proletariado revolucionario. Debemos negarnos, una vez más, a subordinarnos a cualquier proyecto burgués de turno y a desviarnos de las tareas que hoy nos impone la revolución; exclamando, más alto que nunca, que lo que verdaderamente necesita este mundo agonizante es ver de nuevo a nuestra clase rearmarse como clase revolucionaria, capaz de convertirse otra vez en un actor reconocido y reconocible en el tablero político de la gran lucha de clases. Hoy, la vanguardia y nuestra clase no tienen un minuto que perder en el circo parlamentario de la burguesía, y todo el tiempo que invertir en la doble tarea ineludible de nuestra época: volver a izar la bandera del marxismo como única ideología capaz de articular la revolución contra el mundo burgués, y reconstituirse como Partido Comunista para llevar a cabo su empresa.

Por ello, el Movimiento por la Reconstitución defiende, una vez más y cuantas sean necesarias, la consigna del boicot ante esta nueva farsa electoral, como defensa de la independencia del espacio político que está abriendo en el seno de la vanguardia y que está destinado, ineludiblemente, a las tareas de carácter ideológico-político recogidas en el Plan de Reconstitución. Hoy las fuerzas marxistas-leninistas organizadas en torno a nuestro Movimiento deben constituirse en magnitud política operativa, en un verdadero referente político de la vanguardia, que sea capaz de acometer, con más entidad y profundidad si cabe, el Balance del Ciclo de Octubre en ferviente lucha de dos líneas contra el revisionismo, disputándole, de tú a tú, la hegemonía de la vanguardia. Ninguna de esas tareas puede tener como medio la participación electoral, ni tampoco podemos los comunistas educar a las masas proletarias en el respeto a la legalidad institucional de la burguesía.

La vanguardia del proletariado solo podrá preguntarse por la utilización de los resortes parlamentarios cuando entre en la fase final de preparación de la revolución, cuando el objetivo inmediato sea su fusión con los sectores de avanzada de la clase (vanguardia práctica) en forma de Partido Comunista; a saber, cuando el marxismo sea nuevamente su luminaria y su fuerza política no corra el riesgo de desviarse hacia el Estado. Será entonces cuando esté en disposición de utilizarlo, si así lo requiriese, como ha sido tradición en el Movimiento Comunista Internacional: como altavoz táctico de denuncia que termine por desvanecer las ilusiones reformistas que aún atenacen las conciencias, ligándolo con la apertura de la Guerra Popular como línea militar de conquista del proletariado en su conjunto. El único horizonte de progreso para la humanidad, la revolución proletaria, volverá entonces a abrirse paso donde los cantos de sirena de los voceros del expolio y de la explotación no encuentran eco. Allí donde el Estado burgués sólo se atreve a llamar a la puerta si es con sus hordas represivas por delante; allí donde se hacinan, exentas de cualquier prejuicio democrático y civilizado, las masas más hondas y profundas del proletariado; allí donde la farsa electoral de la burguesía no encuentra cómplices para su victoria. Serán estos sectores de nuestra clase, marginados y repudiados por todos esos supuestos comunistas que hoy intentan engañarles con el voto ¡como si el proletariado no supiese quién está en su trinchera!–, quienes se organicen en torno al Nuevo Poder –y contra el Estado en cualquiera de sus formas–, e implantando la única democracia de masas, la Dictadura del Proletariado, y asiendo sus vidas y su futuro como nunca antes habrán hecho, les dirán a demócratas y fascistas que su imperio de miseria estará tocando a su fin.



¡Ante la farsa electoral, boicot!

¡Ni un voto obrero en las urnas!

¡Por la construcción del referente de vanguardia marxista-leninista!

¡Por la reconstitución ideológica y política del comunismo!